Habían pasado ya dos meses desde el fallecimiento de Rafaela. Vicky no faltó un solo día al trabajo, ni tan siquiera el día del funeral. Hacía bien su trabajo pero vagaba por la oficina como alma en pena; sin maquillaje, vestida con colores grises y con un estado de ánimo que no dejaba ver ni una mínima sonrisa.
El jefe de Vicky, conocedor de su situación, le sugirió pedir la baja y tomarse el tiempo que necesitara para recuperarse del duro revés que había supuesto la muerte de su madre. Vicky en un principio no quiso ni plantearse el hecho de sacar la baja. El trabajo era lo que la estaba permitiendo distraerse y que no se la vinieran encima las paredes de su casa. Pero tras recapacitar y pensar en la imagen que había generado en la empresa pensó que lo mejor era, efectivamente, tomarse un tiempo.
Vicky acudió con la baja médica al jefe y este se despidió de ella deseándole una pronta recuperación. Al llegar a casa Vicky se echó en la cama. Era la misma cama en la que hacía meses se había tumbado de la misma manera y había decidido fugarse. Cuanto habían cambiado las cosas: Vicky había huido a Barcelona, esquivando así su pactada boda con un desconocido; su estancia allí se vio oscurecida por un trabajo estafa; su regreso a Madrid fue involuntario y al regresar se encontró en su casa el velatorio de su padre; este último le había dejado por herencia multitud de deudas; su madre había pasado los peores meses de su vida a causa de una enfermedad que terminó por llevársela.
Ahora a Vicky no le quedaban esperanzas de nada. No veía claro que pudiera acabar de pagar las deudas antes de que la embargasen sus bienes. Ahora estaba completamente sola a falta de su madre. Y para colmo se había despedido temporalmente de un trabajo que la permitía desconectar. Sin pensarlo dos veces, Vicky se levantó al baño y cogió un bote de pastillas que había en un cajón. Se las tomó, una por una, con una botella de agua. Una vez terminada la caja de pastillas, Vicky se tumbó de nuevo en la cama. Sus ojos no tardaron en cerrarse y su corazón dejó de latir...
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